domingo, 19 de julio de 2009

ESTA EDAD EN QUE ESTOY, SEÑOR...

Esta edad en que estoy, Señor,
abierto a la vida de par en par,
abierto, sin saber el camino, ni la meta,
abierto y con miedo a caminar.
Esta edad, que es mi edad, la que Tú me diste.
Esta edad que yo vivo en encrucijada.
Esta edad en primavera con la que juego tantas veces a lo loco.

Yo me aferro, Señor, con mis problemas, y me duelen las cosas cada día.
Vivo como quien nace a una vida nueva;
vivo como quien no quiere vivir como antes;
vivo como quien busca la luz y la libertad;
vivo como quien busca el amor y la verdad;
vivo como quien quiere crecer y llegar a ser hombre sin tomarse en serio la vida.

Mi edad, Señor, es la edad de buscar el camino;
mi edad, Señor, es la edad de la vocación, de orientarse en la vida.
Tú me llamas y yo escucho tu voz;
Tú me llamas y también el mundo;
Tú me llamas
y tu voz y otras voces porfían por mi vida que nace de nuevo.

Yo quisiera la cumbre y el vuelo alto;
yo quisiera el dominio y el riesgo de la vida;
yo quisiera buscar el norte de mi vida y seguir, paso a paso, hasta la meta.
Tú me llamas, ¿qué me pides?
Tú me llamas, ¿por qué a mi?
¿Qué tiene que ver mi vida contigo?
¿Te intereso?
¿Vale la pena que Tú te intereses por mi?

Amo la vida, ésta que tengo; amo la vida y quiero vivir.
Siento mi cabeza muchas tardes, rota de tensión y otras muchas, vacía.
Soy yo mismo que no encuentro, ni me encuentro.
Soy yo mismo que quiero una respuesta a mi vida, respuesta que no doy .
Señor, que tu luz marque mi vida,
que yo sepa el camino que tengo que abrir,
que tu fuerza empuje mi vida y la gaste en servicio a los hombres.
No quiero ser ave de paso, que pasa sin dejar rastro ni estela.
No quiero ser juguete de la vida, ni capricho de las cosas.

Quiero dejar huella de mi paso,
que alguien por mi un día sea mejor.
Aquí estoy, Señor, con esta edad que Tú me diste,
abierto el corazón de par en par a tu llamada.
Aquí estoy, en una edad de vacaciones, buscando el rumbo.
Pide sin miedo,
Señor, que estoy pronto a responder a tu llamada. ¿QUÉ QUIERES DE MI?

miércoles, 8 de julio de 2009

martes, 7 de julio de 2009

Encontrarse con Dios

El ermitaño en la oración oyó claramente la voz de Dios. Le invitaba a acudir a un encuentro especial con Él. La cita era para el atardecer del día siguiente, en la cima de una montaña lejana.

Temprano se puso en camino, y se encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un incendio declarado en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas, y hasta las propias casas de los habitantes. Reclamaron su ayuda porque todos los brazos eran pocos. Sintió la angustia de la situación y el no poder detenerse a ayudarles. No debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a ella. Así que con una oración que el Señor les socorriera, apresuró el paso, ya que había que dar un rodeo a causa del fuego.

Tras ardua ascensión, llegó a la cima de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol comenzaba su ocaso ; llegaba puntual por lo que dio gracias al cielo en su corazón.

Anhelante esperó, mirando en todas las direcciones. El Señor no aparecía por ninguna parte. Por fin descubrió, visible sobre una roca, algo escrito:

- “Dispénsame, estoy ocupado ayudando a los que sofocan el incendio”.

Entonces comprendió dónde debía encontrarse con Dios.

La mancha de tinta

Una vez un maestro estaba dando clase a sus alumnos. Aquella mañana quería ofrecerles una lección distinta a las que vienen en los libros. Después de pensar un poco ideó la siguiente enseñanza:

Hizo una mancha de tinta china en un folio blanco de papel. Reclamó la atención de los alumnos y alumnas y les preguntó:

- “¿Qué veis?”

- “Una mancha negra”, respondieron a coro.

- “Os habéis fijado todos y todas en la mancha negra que es pequeña”, replicó el maestro, “y nadie ha visto el gran folio blanco que es mucho mayor.”

jueves, 2 de julio de 2009

Cargar las piedras

Hu-Ssong propuso a sus discípulos el siguiente relato:

- "Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra. Igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre?"

- "Que es un necio", respondió uno de los discípulos. "¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba?"

Dijo Hu-Ssong:

- "Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro."

El loco

En el jardín de un hospicio conocí a un joven de rostro pálido y hermoso, allí internado.
Y sentándome junto a él sobre el banco, le pregunté:
- “¿Por qué estás aquí?”
Me miró asombrado y respondió:
- “Es una pregunta inadecuada; sin embargo, contestaré. Mi padre quiso hacer de mí una reproducción de sí mismo; también mi tío. Mi madre deseaba que fuera la imagen de su ilustre padre. Mi hermana mostraba a su esposo navegante como el ejemplo perfecto a seguir. Mi hermano pensaba que debía ser como él, un excelente atleta. Y mis profesores, como el doctor de filosofía, el de música y el de lógica, ellos también fueron terminantes, y cada uno quiso que fuera el reflejo de sus propios rostros en un espejo. Por eso vine a este lugar. Lo encontré más sano. Al menos puedo ser yo mismo.”
Enseguida se volvió hacia mí y dijo:
- “Pero dime, ¿te condujeron a este lugar la educación y el buen consejo?”
- “No, soy un visitante”, respondí.
- “¡Oh”, añadió él, “tú eres uno de los que vive en el hospicio del otro lado de la pared!”
Gibrán Khalil Gibrán