sábado, 27 de septiembre de 2014

“Lo imprescindible es abrazarse a Cristo“

Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
- «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, Señor.” Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero. »
Jesús les dijo:
– «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
 
Palabra del Señor

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mateo (21, 28-32)

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POR DELANTE DE NOSOTROS

 
Un día Jesús pronunció estas duras palabras contra los dirigentes religiosos de su pueblo: "Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”. Hace unos años pude comprobar que la afirmación de Jesús no es una exageración.
 
Un grupo de prostitutas de diferentes países, acompañadas por algunas Hermanas Oblatas, reflexionaron sobre Jesús con la ayuda del libro Jesús. Aproximación histórica. Todavía me conmueve la fuerza y el atractivo que tiene Jesús para estas mujeres de alma sencilla y corazón bueno. Rescato algunos de sus testimonios.
 
- “Me sentía sucia, vacía y poca cosa, todo el mundo me usaba. Ahora me siento con ganas de seguir viviendo porque Dios sabe mucho de mi sufrimiento… Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. ¡Este Jesús me entiende!…”.
 
- “Ahora, cuando llego a casa después del trabajo, me lavo con agua muy caliente para arrancar de mi piel la suciedad y después le rezo a este Jesús porque él sí me entiende y sabe mucho de mi sufrimiento… Jesús, quiero cambiar de vida, guíame porque tú solo conoces mi futuro…”
 
- “Yo pido a Jesús todo el día que me aparte de este modo de vida. Siempre que me ocurre algo, yo le llamo y él me ayuda. Él está cerca de mí, es maravilloso… Él me lleva en sus manos, él me carga, siento la presencia de él…”
 
- “En la madrugada es cuando más hablo con él. Él me escucha mejor porque en este horario la gente duerme. Él está aquí, no duerme. Él siempre está aquí. A puerta cerrada, me arrodillo y le pido que merezca su ayuda, que me perdone, que yo lucharé por él…”
 
- “Un día yo estaba apoyada en la plaza y dije: Oh, Dios mío, ¿será que yo solo sirvo para esto? ¿Solo para la prostitución?… Entonces es el momento en que más sentí a Dios cargándome, ¿entendiste?, transformándome. Fue en aquel momento. Tanto que yo no me olvido. ¿Entendiste?…”
 
- “Yo ahora hablo con Jesús y le digo: aquí estoy, acompáñame. Tú viste lo que le sucedió a mi compañera (se refiere a una compañera asesinada en un hotel). Te ruego por ella y pido que nada malo suceda a mis compañeras, Yo no hablo, pero pido por ellas pues ellas son personas como yo…”
 
- “Estoy furiosa, triste, dolida, rechazada, nadie me quiere, no sé a quién culpar, o sería mejor odiar a la gente y a mí, o al mundo. Fíjate, desde que era niña yo creí en Ti y has permitido que esto me pasara… Te doy otra oportunidad para protegerme ahora. Bien, yo te perdono, pero por favor no me dejes de nuevo…”

Pensamiento del día


miércoles, 24 de septiembre de 2014

sábado, 20 de septiembre de 2014

“Un Amor más que justo“

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 1-16


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
- «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.”
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
“¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”
Le respondieron: “Nadie nos ha contratado.”
Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña.”
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.”
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
“Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.”
Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
 
Palabra del Señor


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mateo (20, 1-16)

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NO DESVIRTUAR LA BONDAD DE DIOS

A lo largo de su trayectoria profética, Jesús insistió una y otra vez en comunicar su experiencia de Dios como “un misterio de bondad insondable” que rompe todos nuestros cálculos. Su mensaje es tan revolucionario que, después de veinte siglos, hay todavía cristianos que no se atreven a tomarlo en serio.
 
Para contagiar a todos su experiencia de ese Dios Bueno, Jesús compara su actuación a la conducta sorprendente del señor de una viña. Hasta cinco veces sale él mismo en persona a contratar jornaleros para su viña. No parece preocuparle mucho su rendimiento en el trabajo. Lo que quiere es que ningún jornalero se quede un día más sin trabajo.
 
Por eso mismo, al final de la jornada, no les paga ajustándose al trabajo realizado por cada grupo. Aunque su trabajo ha sido muy desigual, a todos les da “un denario”: sencillamente, lo que necesitaba cada día una familia campesina de Galilea para poder vivir.
 
Cuando el portavoz del primer grupo protesta porque ha tratado a los últimos igual que a ellos, que han trabajado más que nadie, el señor de la viña le responde con estas palabras admirables: “¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?” ¿Me vas a impedir con tus cálculos mezquinos ser bueno con quienes necesitan su pan para cenar?
 
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que Dios, más que estar midiendo los méritos de las personas como lo haríamos nosotros, busca siempre responder desde su Bondad insondable a nuestra necesidad radical de salvación?
 
Confieso que siento una pena inmensa cuando me encuentro con personas buenas que se imaginan a Dios dedicado a anotar cuidadosamente los pecados y los méritos de los humanos, para retribuir un día exactamente a cada uno según su merecido. ¿Es posible imaginar un ser más inhumano que alguien entregado a esto desde toda la eternidad?
 
Creer en un Dios, Amigo incondicional, puede ser la experiencia más liberadora que se pueda imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y para morir. Por el contrario, vivir ante un Dios justiciero y amenazador puede convertirse en la neurosis más peligrosa y destructora de la persona.
 
Hemos de aprender a no confundir a Dios con nuestros esquemas estrechos y mezquinos. No hemos de desvirtuar su Bondad insondable mezclando los rasgos auténticos que provienen de Jesús con trazos de un Dios justiciero tomados del Antiguo Testamento. Ante el Dios Bueno revelado en Jesús, lo único que cabe es la confianza.

Pensamiento del día


sábado, 13 de septiembre de 2014

“Siempre“

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35

 
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Palabra del Señor


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mateo (18, 21-35)
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SIEMPRE

A Mateo se le ve muy preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando».
Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿Cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él en abrir caminos al reino de Dios: el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional.
A lo largo de los siglos se ha querido rebajar lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»: «da alicientes al ofensor» «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y deja irreconocible lo que pensaba y vivía Jesús.

Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

Pensamiento del día


miércoles, 10 de septiembre de 2014

sábado, 6 de septiembre de 2014

“Estás entre nosotros“

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 15-20


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndalo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Palabra del Señor

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mateo (18, 15-20)
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REUNIRSE EN NOMBRE DE JESÚS


La destrucción del templo de Jerusalén el año 70 provocó una profunda crisis en el pueblo judío. El templo era «la casa de Dios». Desde allí reinaba imponiendo su ley. Destruido el templo, ¿dónde podrían encontrarse ahora con su presencia salvadora?
Los rabinos reaccionaron buscando a Dios en las reuniones que hacían para estudiar la Ley. El célebre Rabbi Ananías, muerto hacia el año 135, lo afirmaba claramente: «Donde dos se reúnen para estudiar las palabras de la Ley, la presencia de Dios (la «Shekiná») está con ellos».
Los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo reaccionaron de manera muy diferente. Mateo recuerda a sus lectores unas palabras que atribuye a Jesús y que son de gran importancia para mantener viva su presencia entre sus seguidores: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
No es una reunión que se hace por costumbre, por disciplina o por sumisión a un precepto. La atmósfera de este encuentro es otra cosa. Son seguidores de Jesús que «se reúnen en su nombre», atraídos por él, animados por su espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de ese encuentro. Allí se hace presente Jesús, el resucitado.
No es ningún secreto que la reunión dominical de los cristianos está en crisis profunda. A no pocos la misa se les hace insufrible. Ya no tienen paciencia para asistir a un acto en el que se les escapa el sentido de los símbolos y donde no siempre escuchan palabras que toquen la realidad de sus vidas.
Algunos sólo conocen misas reducidas a un acto gregario, regulado y dirigido por los eclesiásticos, donde el pueblo permanece pasivo, encerrado en su silencio o en sus respuestas mecánicas, sin poder sintonizar con un lenguaje cuyo contenido no siempre entienden. ¿Es esto «reunirse en el nombre del Señor»?
¿Cómo es posible que la reunión dominical se vaya perdiendo como si no pasara nada? ¿No es la Eucaristía el centro del cristianismo? ¿Cómo es que la Jerarquía prefiera no plantearse nada, no cambiar nada? ¿Cómo es que los cristianos permanecemos callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta de reacción? ¿Dónde suscitará el Espíritu encuentros de dos o tres que nos enseñen a reunirnos en el nombre de Jesús?

Pensamiento del día