sábado, 12 de diciembre de 2009

El camino de Jesús pasa por la Justicia

Evangelio:

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?»

Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido.»

Unos militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?»

Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.»

El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no seria Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.»

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.»


Palabra del Señor


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Lucas (3,10-18)


REPARTIR CON EL QUE NO TIENE

La Palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos cómo concretar nuestra respuesta.

El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.

Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.

¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?

Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?

Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos “cautivos de una religión burguesa”.

El cristianismo, tal como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es ésta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.

Por eso, hemos valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este “cautiverio”, comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En las lecturas de hoy la alegría brota espontáneamente por todas partes. Algo así como si la tierra estuviera ya suficiente regada para que entregue el fruto que el Adviento ha ido sembrando.
La antífona de entrada ya dice: "Estad siempre alegres en el Señor". La primera lectura desborda de gozo con el Señor. El salmo dice “Se alegra mi espíritu”. La segunda lectura: “Estad siempre alegres” “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”.
Y el Evangelio nos da el motivo y la clave de tanta alegría: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Por eso este domingo se llama de Laetare o de gaudete, es decir de la alegría.
Las lecturas tienen un tinte poético impresionante. El pueblo de Israel es como un jardín que hace brotar sus semillas, como una tierra que regala sus brotes. Un signo precioso de la Iglesia, la tierra fértil fecundada por el Espíritu de Dios. La Iglesia es como una novia vestida para su esposo. En el norte las tierras ya están vestidas de novia cubiertas por un manto de nieve blanquísimo esperando el nacimiento del Niño Dios. La naturaleza está expectante por lo que ha de suceder. Dios se casa con nuestra tierra vestida de novia.
La gran noticia no es otra que Jesucristo mismo que se encarna en la Virgen y se hace hombre como nosotros. La lectura nos dice que ya está pero aún no lo conocemos.
Éste es el drama de la humanidad: que no conoce a Jesucristo, su vida, su esperanza, su sentido. Seguimos caminando en sombras de muerte, cegados por el egoísmo y el interés, el materialismo y la falta de ideales nobles.
El viene y llama a nuestra puerta en medio del invierno, con los pies descalzos, y nos hacemos insensibles a su llamada y no le abrimos. Así lo expresa con una belleza sublime Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía: «Alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana, «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana!
Juan el profeta se abre paso entre nosotros para anunciarlo y nos hacemos el sordo. Juan tiene conciencia de ser la voz que anuncia y precede. Y hoy quiere ser voz para nosotros que nos anuncia al Salvador. ¿Estaremos dispuestos a escucharle y, sobre todo, a aceptarle? Tenemos el peligro de perdernos en mil alegrías falsas que las fiestas de Navidad hacen posible. Pero la alegría auténtica no está en lo que uno come y bebe sino en el gozo íntimo de saberse amado y rescatado por Cristo, el Señor. Las fiestas de la Navidad que ya se acercan suponen un acontecimiento extraordinario en la historia de la salvación: Dios se acerca a nuestra tierra, a nuestra vida, se encarna en ella para conducirnos de su mano hasta el Padre Dios. Por eso Jesús dice de sí mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Cada año la Navidad nos denuncia en un sin fin de incoherencias que no tienen nada de cristianas: unos de comilonas y otros muriendo de hambre; unos malgastando y otros sin lo necesario; unos metidos en el consumismo más intenso y otros malviviendo con apenas unos céntimos para sobrevivir. La Navidad es una llamada a la justicia y a la solidaridad con el Niño Dios que nace en la piel de cada uno de los pobres de nuestro mundo.