Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así; ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice:
-«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»
Evangelio
Comentado por:
José Antonio Pagola
Juan (14, 1-6)
José Antonio Pagola
Juan (14, 1-6)
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EN LAS MANOS DE DIOS
Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte.
A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar
cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles
necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.
Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros
hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces
ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud
adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el
vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?
La muerte es una puerta que traspasa cada persona en
solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No
sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en
el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?
Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir
pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo
acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con
Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o
desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre
de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”
¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos
funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el
misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes,
poco creyentes y también increyentes?
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por
dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables;
somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer,
pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no
sabemos encontrar una esperanza.
A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral
a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle
desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él
y nuestra invocación humilde a Dios:
“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo
encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos
rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese
amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te
podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te
hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver”.
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