Un negociante en perlas preciosas fue al adivino que sabía dónde encontrar lo que él buscaba, a que le dijera donde debía dirigirse. Nada más entrar le dice: ¿ Ya sé a que vienes! Buscas perlas preciosas, yo te voy a decir donde las vas a encontrar. “Encontrarás perlas preciosas si vas al Himalaya”. Le dio tanto credito al adivino que se puso en camino. El camino fue muy largo, tuvo que atravesar grandes bosques de hayas, robles, castaños…que era ensimismar a cualquiera, y praderas con rebaños, y sierras nevadas, y atravesó ríos con cascadas que cantaban sin cesar. Total, que al fin llegó al Himalaya y no había allí perlas preciosas. Se sintió desafortunado y engañado, y volvió el adivino para expresarle como abusó de su inocencia, poco menos que le insultó: Dice la leyenda que el adivino le escuchó pacientemente y al final le dijo: “Efectivamente has ido al himalaya pero mira, todos aquellos bosques de hayas y robles, nogales, ¡Tú ni los vistes! Ibas tan obsesionado con las perlas que no mirastes aquellos rebaños, ni vistes las cumbres nevadas t era para quedarse extasiado cuando el sol iluminaba el amanecer. Después atravesastes el río que no hacía más que cantar pero no oiste el c anto del agua y resulta que el cauce de este río es todo él de perlas preciosas. Pasaste de largo obsesionado, ¡porque era en la cumbre donde soñabas perlas preciosas!, ni difrutastes de los montes ni escuchastes el canto del agua, te perdistes lo mejor, y te perdiste las perlas del cauce de aquel río.
Moraleja: Cuantas veces estamos obsesionados por cosas, y sin embargo lo que encontramos en el camino podría ser maravilloso. Las expectativas que creamos ponen en peligro el encuentro, generando desencanto y frustracción.
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