martes, 2 de febrero de 2010

Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Queridas hermanas y hermanos:

La Jornada Mundial de la Vida Consagrada me da ocasión de dirigirme a todos vosotros para animaros a celebrar con gozo y agradecer con humildad el don que el Señor ha hecho a nuestras vidas llamándonos a su seguimiento en la vida religiosa.

En el mensaje de Juan Pablo II para la primera Jornada de la Vida Consagrada, en febrero del 1997, el Papa indica la finalidad que le mueve a instituir esta Jornada en la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo: alabar y dar gracias al Señor por el gran don de la vida consagrada que enriquece y alegra a la comunidad cristiana; promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de ella y finalmente, invitar a los consagrados y consagradas a celebrar juntos las maravillas que el Señor ha realizado en ellos, con el fin de hacer más viva la conciencia de su insustituible misión en la Iglesia y en el mundo.

Estos motivos nos deben mover, en esta Jornada, a examinar con humildad nuestras vidas para reavivar, personal y comunitariamente, el compromiso de nuestra consagración: imitar y hace presente continuamente en la Iglesia la forma de vida que Jesús supremo consagrado y misionero abrazó y propuso a los discípulos que le seguían (VC 22). Como Jesús, pues, somos ungidos por el Espíritu para la misión.

El lema de este año, "Caminos de consagración," está inspirado en el año sacerdotal y en el año santo Compostelano. Nos habla de caminar juntos, de ser peregrinos en una Iglesia peregrina, al encuentro de Jesucristo, el único Camino que nos conduce al Padre y al mundo. A este mundo somos enviados, para que, imitando a Jesús, a quién Simeón señala como "luz para alumbrar a las naciones" (Lc ,32), iluminemos caminos, acompañemos a peregrinos, abramos horizontes de humanización y esperanza.

Una Jornada para profundizar, como nos pide el Papa, en la conciencia de nuestra "insustituible misión en la Iglesia y en el mundo". Unas palabras que más que dejarnos satisfechos, nos responsabilizan e interpelan a renovar con nuevo vigor la misión a la que somos enviados; nos impulsan a hacernos visibles en la sociedad a través de la fuerza de nuestra presencia testimonial, y a ser en ella "signos creíbles y luminosos del Evangelio", ya que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos" (Evangelii nuntiandi n.41); nos animan a ser hombres y mujeres apasionados por Jesucristo, que en aquello que hacen en el mundo hay siempre una transparencia de Dios, que sus vidas, tantas a veces a la intemperie, compartiendo las incertidumbres y las fatigas del peregrinar de sus hermanos, provocan interrogantes sobre el por qué de su modo de vivir y actuar.

No puede faltar en la oración de este día el recuerdo de nuestros hermanos de Haití. Son muchas las religiosas y religiosos que han perdido la vidas en la catástrofe, y muchos también los que continúan allí llorando con los que lloran, desprovistos de todo con los que nada les ha quedado y ayudando con enorme generosidad para remediar algún dolor. Estaban allí y continuarán allí, aunque su entrega no sea noticia ni obtenga reconocimiento social, porque les basta escuchar estas palabras de Jesús "Lo que hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis."

Quisiera terminar invitándoos a todos en esta Jornada a mirar el futuro con esperanza. Una esperanza que sólo debemos poner en nuestro Padre Dios, de quién la Vida Consagrada ha recibido su ser. Y para ello, ninguna palabra más adecuada que aquellas de Juan Pablo II en la exhortación apostólica Vita Consecrata: "¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir¡ Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (n. 110)

Elías Royón, S.J.
Presidente de CONFER.

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