Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.» Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel."» Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.» Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Palabra de Dios.
Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
San Mateo (2,1-12)
RESPONDER A LA LUZ
La estrella comenzó a guiarlos.
Según el gran teólogo P. Tillich, la gran tragedia del hombre moderno es el haber perdido la dimensión de profundidad. Ya no es capaz de preguntar de dónde viene y a dónde va. No sabe interrogarse por lo que hace y debe hacer de sí mismo en este breve lapso de tiempo entre su nacimiento y su muerte.
Estas preguntas no encuentran ya respuesta alguna en muchos hombres y mujeres de hoy. Más aún, ni siquiera son planteadas cuando se ha perdido esa «dimensión de profundidad».
Las generaciones actuales no tiene ya el coraje de plantearse estas cuestiones con la seriedad y hondura con que lo han hecho las generaciones pasadas. Prefieren seguir caminando en tinieblas.
Por eso, en estos tiempos, hemos de volver a recordar que ser creyente es, antes que nada, preguntar apasionadamente por el sentido de nuestra vida y estar abiertos a una respuesta, aun cuando la veamos de manera vacilante y oscura
El relato de los magos ha sido visto por los Padres de la Iglesia como ejemplo de unos hombres que, aun viviendo en las tinieblas del paganismo, han sido capaces de responder fielmente a la luz que los llamaba a la fe.
Son hombres que, con su actuación, nos invitan a secundar toda gracia y toda llamada que nos urge a caminar de manera fiel hacia Cristo.
Nuestro ser mismo de hombres está en juego en esta capacidad de escuchar la llamada de la gracia. Esta capacidad de ser aprehendidos por una aspiración última e incondicional
Nuestra vida transcurre con frecuencia en la corteza de la existencia. Trabajos, reuniones, encuentros, ocupaciones diversas nos llevan y traen, y la vida se nos va pasando llenando cada instante con algo que hemos de hacer, decir, ver o planear. Corremos el riesgo de perder nuestra propia identidad, convertirnos en una cosa más entre otras y no saber ya en qué dirección caminar.
¿Hay una luz capaz de orientar nuestra existencia? ¿Hay una respuesta a nuestros anhelos y aspiraciones más íntimas y profundas? Ciertamente esa respuesta existe. Esa luz brilla ya en ese Niño nacido en Belén.
Lo importante es descubrir que vivimos en tinieblas. Que hemos perdido el sentido fundamental de la vida. Quien descubre esto se encuentra ya muy cerca del verdadero camino.
Ojalá en medio de nuestro vivir diario, no perdamos nunca la capacidad de estar abiertos a toda luz que pueda iluminar nuestra existencia, a toda llamada que pueda dar profundidad a nuestra vida.
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