domingo, 2 de diciembre de 2012
El ciego y la primavera
“Levantaos, alzad vuestra cabeza: se acerca vuestra liberación”. “Estad siempre despiertos”
(Lc 21,25-28.34-36)
Hace tan solo unos días, me llegó a mi Correo electrónico un cuento muy sencillo y simple, pero lleno de vida. Se hablaba de un ciego que sentado en la calle tenía un letrerito al lado del sombrero que decía: “Soy ciego. No puedo ver”. Pasó por allí un publicista. Se quedó mirando y contempló las pocas monedas depositadas en el sombrero. Como buen conocedor de los efectos de la publicidad, calladamente tomó la tablita del letrero y escribió otro. Cuando más tarde volvió a pasar por el mismo lugar, se dio cuenta de que el sombrero estaba lleno de billetes y monedas.
El ciego lo reconoció y le preguntó qué había escrito en su tablilla. Lo mismo que tenía usted. Solamente le di un poco más de colorido. En realidad, el publicista cambió lo de “Estoy ciego. No puedo ver”, por otro: “Soy ciego y no puedo ver la primavera”.
El que me envió el cuento le dio un remate bonito: Con frecuencia el éxito depende del cambio de tácticas.
Sin embargo, yo preferiría darle otra lectura, sobre todo, ahora que comenzamos el Adviento, este tiempo de esperanza.
Es que con frecuencia, los problemas de la vida hacen naufragar nuestra esperanza.
A la esperanza yo la llamaría la “virtud de la noche”.
No la esperanza “del día lleno de sol”, sino la esperanza “de cuando todo está oscuro y es de noche”.
Soy ciego. No puedo ver la primavera. No puedo ver la estación más bella del año.
Soy ciego. No puedo ver las flores ni los colores.
Soy ciego. No puedo ver el despertar de los campos, ni el florecer de los árboles.
Cuánta belleza perdida por no poder contemplarla.
Cuánta belleza tan cercana y tan lejana.
Para el que no ve, cuántas cosas pasan desapercibidas.
Para el que no ve, cuánta bondad que pasa a nuestro lado sin darnos cuenta de ella.
Para el que no ve, el mundo sigue siendo oscuro, por más que brille el sol del verano.
Para el que no ve, cuántas primaveras perdidas.
Para el que no ve, cuánto amor que no se descubre.
Para el que no ve, cuanta luz inútil.
Para el que no ve, cuántas esperanzas perdidas.
Cuando Jesús pregunta al ciego qué desea que haga con él, lógicamente el ciego gritó: “Que vea”.
Tal vez, la gran diferencia entre Jesús y el resto de los hombres, estuvo en el hecho de que Jesús veía lo que el resto no veía.
Donde los fariseos veían a un leproso inmundo, Jesús contempló a un hermano suyo, hijo también del Padre.
Jesús veía la primavera.
Donde los fariseos veían a un ciego molesto, Jesús descubrió a un hermano con tremendas ganas de ver la luz.
Jesús veía la primavera.
Donde los fariseos veían el “sábado” Jesús ya contemplaba “el domingo”, el día del Señor, el día de la Pascua.
Jesús veía la primavera.
Donde los discípulos veían el término y el fracaso del Maestro, maldito en la cruz, Jesús sentía el comienzo de todo lo nuevo.
Jesús veía la primavera.
Mientras los fariseos veían en Jesús a un pecador, el paralítico lo reconoció como el Mesías de Dios.
El paralítico veía la primavera.
Mientras los fariseos veían en Jesús a alguien que profana el sábado, Jesús ve la santidad de la persona humana.
Jesús veía la primavera.
Mientras unos no vemos sino maldad en el mundo, Dios sigue todavía creyendo en él.
Dios ve la primavera del Hijo que se está madurando en las entrañas de una Virgen.
Mientras unos no vemos sino desgracias, otros ven que todavía hay corazones generosos.
Estos ven la primavera de una Virgen capaz de creer lo que el Señor le ha dicho.
Mientras unos no vemos sino desesperanzas, fracasos, otros descubren oportunidades.
Estos ven la primavera de un mundo que espera la Navidad.
Todavía nos quedan muchas primaveras que no vemos.
Todavía nos quedan muchas primaveras de la Iglesia que no adivinamos.
Todavía nos quedan muchas primaveras de amor que ya están brotando.
No todo es tan malo en el mundo. Hay mucho de bueno. La diferencia está en que, mientras unos sólo ven lo malo, otros son capaces de percatarse de lo bueno. Todos viviendo en un mismo mundo. Todos, los unos al lado de los otros. Pero unos ven el amanecer primaveral, otros siguen metidos en el frío invierno. Unos sólo ven la desgracia, otros ven que “se acerca nuestra liberación”.
Entramos en ese tiempo del Adviento. Nuestra realidad sigue siendo la misma.
Pero Dios está encendiendo una luz de esperanza, ahora escondida y oculta en el seno de María, pero que en Navidad se hará luz de liberación y salvación en un pesebre. Por eso el Adviento comienza invitándonos a “levantar la cabeza” y ver más lejos que las duras realidades de cada día. El Adviento es invitación a ver la primavera de la esperanza”
Juan Jauregui
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