Los
huracanes arrancan a su paso con todo lo que encuentran,
sin piedad, sin preguntas ni contemplaciones.
Hay
momentos en nuestra vida en los que se cruzan ante nosotros
huracanes
que no podemos controlar...
Son
aquellos momentos en los que en nuestro interior todo se revuelve,
perdemos
la estabilidad, nos bloqueamos sin saber muy bien dónde
encontrar
solución para lo que se nos ha venido encima.
Ante un
huracán solo hay dos posturas: enfrentarlo o escondernos en
la guarida hasta que pase.
Las dos
soluciones pueden ser buenas dependiendo de la actitud interna que tengamos
para ello.
Si nos
enfrentamos a él tenemos que armarnos de fuerza interior,
de esa fuerza que
sólo puede dar Dios y, desde ahí,
desafiar al viento impetuoso vociferándole
que no va a poder con nosotros
porque nuestra fuerza es más grande que
cualquier cosa que se nos pueda presentar en la vida.
Si nos
escondemos hasta que pase no nos arriesgaremos a perecer en el intento de
superarlo,
reconoceremos nuestra debilidad, y en la oscuridad de nuestra alma,
esperaremos pacientemente con la seguridad de que Dios está con nosotros.
El huracán
puede destrozar todo... pero hay algo que nunca, nunca...
nunca.... podrá
destrozar: Nuestra capacidad de volver a empezar.
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