
— Un hombre que edificó su casa sobre la roca.
Tú eres, Señor, la roca firmísima. El que edifica sobre Ti no temerá a los vientos, ni a las avalanchas de los ríos desbordados. El que edifica sobre la verdad de tu palabra, que no es como la palabra vana y voluble de los hombres.
Dichoso el que coloca los cimientos de su vida sobre lo que Tú has enseñado y cifra su esperanza en cuanto Tú has prometido.
Las contingencias de este mundo no podrán perturbar la serena seguridad de su espíritu. Y, si teme y vacila, señal es que no ha construido sobre tu palabra, sino sobre esperanzas humanas.
Dios mío, la experiencia ha venido a enseñarme cuántas veces se equivocan los hombres, por más sabios que sean y por grande que sea el crédito que se hayan conquistado por su ciencia o por su prudencia.
Por eso, es necio el que se fía ciegamente de las enseñanzas del hombre. Y más necio es el que se deja arrastrar por el corazón y confía ilimitadamente en la benevolencia o en el amor y promesas de la criatura.
Todo eso es arena movediza y Tú, Maestro sabio y bueno, me adviertes sobre qué roca he de fundamentar la fe y la esperanza de mi vida.
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