
Entonces me admiré de la sabiduría de Dios, que había puesto a ese león en el camino del lobo herido para que día a día lo alimentase.
Y decidí yo también abandonarme a la misericordia de Dios. Me recosté entonces en la boca de una cueva, confiado en la providencia divina que no tardaría en acercarme alimento. Pero pasaron los días, y nada ocurría. ¡Paciencia!- me dije- ¡Que se haga, Señor tu voluntad!
Días después, ya casi desfallecía de hambre, cuando escuché la voz de Dios que me decía: "¡Insensato! ¿Qué haces ahí tirado esperando que alguien venga a alimentarte? ¡Tú eres un león, no un lobo viejo!"
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