lunes, 26 de marzo de 2012

SALMO DESDE LA PEQUEÑEZ

Cuántas veces, Señor, me prometí ser fiel a mi proyecto;
cuántas veces dejé la cosa solamente en palabras vanas.
Hoy llego ante ti, y quiero ir más lejos en mi camino: quiero,
Señor, dejar de hablar tanto y «callar y obrar».

Con frecuencia, Señor, mi corazón se acalora y desenfrena;
y me dejo llevar por el fuego encendido de mis tiernos años.
A veces, Señor, me arrimo tanto al árbol que pierdo el bosque
y el camino de mi vida se queda enredado en una encrucijada.

Así, como la arcilla en tus manos de alfarero;
 así, como un gorrioncillo que ha hecho su nido a tu lado,
quiero poner mi vida, pequeña y prometedora,
como una semilla en la tierra de tu corazón
para que la hagas crecer palmo a palmo.

Tú eres amor; amor entregado hasta el extremo.
Tú eres amor, oh Padre, y en ti quiero buscar mi amor.
Tú eres bueno, eres misericordioso y compasivo.
Tú amas y llamas al hombre a ser feliz.
Enséñame, Padre, a amar como tú amas;
a ser fiel en el amor. Enséñame a abrir mis ojos al otro y olvidarme de mí.

Tú eres amor: amor entregado hasta el extremo.
Tú eres amor, oh Cristo, ternura de Dios en la historia.
Tú eres el corazón del Padre abierto de par en par;
abierto hasta estallar de gozo en lo alto de la cruz.

Tu amor, Jesús, es amor que salva, que cura;
tu amor, Jesús, es la liberación y rescate del hombre;
tu amor lo has puesto en el enfermo y el pecador
y te has hecho, amando, como uno de tantos.
Enséñame, Jesús, amigo del hombre, a amar como tú.

Dame, Señor, un corazón limpio y generoso;
un corazón limpio donde el otro encuentre un espacio de libertad;
un corazón limpio donde el otro encuentre un rincón para ser acogido;
un corazón limpio donde el otro encuentre un clima para ser feliz;
un corazón limpio donde el otro encuentre un oasis donde descansar;
un corazón limpio donde el otro encuentre una llama encendida donde ardas tú.

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