miércoles, 29 de agosto de 2012
domingo, 26 de agosto de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
“Tu palabra nos eleva al Cielo“
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
.Palabra del Señor
Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
José Antonio Pagola
Juan (6,60-69)
PREGUNTA DECISIVA
El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, “muchos discípulos suyos se echaron atrás”. Ya no caminaban con él.
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen”. Sus palabras parecen duras pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: “¿También vosotros queréis marcharos?”. No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.
Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
“Señor, ¿a quién vamos a acudir?”. No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: “Tú tienes palabras de vida eterna”. Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Con qué podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una Noticia mejor de Dios?
Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: “Nosotros creemos y sabemos”. Seguirán junto a Jesús.
viernes, 24 de agosto de 2012
Seguir a Jesús
También a nosotras,
Padre, nos
invita Jesús a seguirlo, y nosotras
nos sentimos dichosas
con
su llamada
y reconociendo nuestra flaqueza,
le decimos que
sí,
aun sabiendo que somos capaces de negarlo y abandonarlo;
fiadas
de su palabra, decimos que sí,
conscientes
de que quien llama habrá de dar fuerzas para
responder.
Danos, Padre, tu Espíritu, que es también el de Jesús,
para saber cómo seguirlo y para seguirlo de
tal modo que nuestra vida sea puro seguimiento suyo.
Seguir a Jesús es,
ante todo, creer en él,
y creer
en él es arraigar nuestra vida
en él, en su persona viva,
en la relación con él, saberse de memoria
sus palabras, darles vueltas
en el corazón,
como María, y hacer
de ellas, no sólo el camino de la
propia
vida
sino el tesoro que nunca
nos cansamos de contemplar y palpar.
Escuchar
las palabras del Maestro
nos lleva a obedecerlas, a ponerlas
por obra;
nos lleva,
Padre, a seguir
su causa, que es la
tuya: tu Reino.
En una situación como la actual,
en la que tu
creación está tan degradada por la rapiña y el expolio
y en
la que tus hijos, los pobres, son tenidos
en nada,
la causa
de Jesús es salvar lo que
se había perdido, restaurar la
vida,
liberar
a los oprimidos,
y hacerlo todo ello,
no
por la fuerza, sino invitando,
sembrando semillas de vida,
tendiendo puentes,
venciendo al mal con el bien.
Seguir a Jesús es proseguir
la misión que Tú
le confiaste;
es sentirse enviadas
por él como él lo fue por Ti.
Nos llamas a ser anunciadoras del Evangelio de
Jesús, servidoras
de la recreación que
él hace posible,
enviadas
por él a anunciar su salvación de palabra y de
obra, libres de otras
ataduras, dando gratis
lo
que gratis hemos
recibido:
tu amor
liberador y
tu presencia
salvadora.
Jesús
de Nazaret sigue hoy en
nosotras haciendo historia, continuando su historia a través de la nuestra
si es que nos dejamos moldear
por su presencia.
Te pedimos, Padre, por
intercesión de
María, la
que escuchó y cumplió la palabra,
que también
nosotras, como ella, seamos tus discípulas y tus
enviadas..
jueves, 23 de agosto de 2012
No acostumbrarse
Tenemos el vicio de acostumbrarnos a todo. Ya no nos indignan las cifras del desempleo; ni la nueva
“esclavitud” de los inmigrantes.
No es noticia el joven
tirado o drogándose en una
esquina.
Ni los millones de muertos de hambre, cada
año.
Nos acostumbramos, limamos
las aristas de la realidad,
Para que no nos hiera,
Y la tragamos tranquilamente.
Nos desintegramos.
No es solo el tiempo el que se nos va,
Es la misma cualidad de las
cosas la que se herrumbra.
Lo mas explosivo se hace rutina
y conformismo; La contradicción
de la cruz
es ya
solo el adorno
sobre un escote,
o la elegante chaqueta.
Señor, tenemos la costumbre de acostumbrarnos a todo;
aun lo mas hiriente se nos oxida. Quisiéramos
ver siempre las cosas por primera
vez; Quisiéramos una sensibilidad no cauterizada,
Para maravíllanos y sublevarnos.
Haznos superar la enfermedad del
tradicionalismo,
Es decir, la manía de embutir lo nuevo en paradigmas viejos.
Líbranos del miedo a lo desconocido.
El mundo no puede ir adelante, a pesar de tus hijos;
sino gracias a ellos. Empujemos.
Jesucristo, danos una
espiritualidad de iniciativa, de riesgo, Que necesite revisión y nuevos gestos.
No queremos ver las
cosas solo desde dentro; Necesitamos tener algún amigo hereje, drogadicto, inmigrante, Niño delincuente, vagabundo...
Para ser disconformes como Tú, que
fuiste crucificado por los conservadores del orden
y la rutina.
Enséñanos a recordar que Tú, Jesucristo, siempre
has
roto las coordenadas de lo previsible.
Y sobre todo, que no nos acostumbremos a ver injusticias,
sin que se nos enciendan las
entrañas y la actuación.
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