Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, que grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. Extiendes los cielos como una tienda, las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas de los vientos.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos, y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas.
De los manantiales sacas los ríos, para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos, junto a ellos habitan las aves del cielo. Desde tu morada riegas los montes
y la tierra se sacia de tu acción fecunda; Haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre y a la mujer.
Ellos sacan pan de los campos, y vino que alegra el corazón,
y aceite que da brillo a su rostro y alimento que le da fuerzas.
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría. La tierra está llena de tus criaturas.
Todas ellas aguardan a que les eches comida a su tiempo:
se la hechas y la atrapan;
abres tú la mano y se sacian de bienes;
envías tu aliento y repueblas la faz de la tierra.
Cantaré a mi Dios mientras viva, tocaré para mi Dios mientras exista: que le sea agradable mi poema
y yo me alegraré con el Señor.
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