viernes, 25 de noviembre de 2011

LA MIRADA DEL EVANGELIO

Ayúdanos a cambiar, Señor, nuestra mirada mundana, egoísta,
poco comprometida, temerosa, acomodada.
Ayúdanos a cambiar para mirar las cosas, el mundo, la vida,
con tu mirada y desde tus ojos.


Quítanos las anteojeras que vamos construyendo a lo largo de los años,
que nos aíslan del dolor y del sufrimiento de los que caminan al lado.
Sacude nuestro corazón para aprender a ver
con los ojos llenos de Evangelio y Esperanza de Reino.
Corre ya el velo de nuestros ojos
para que viendo podamos conmovernos por los otros
y movernos desde lo profundo de cada uno
para acudir a dar una mano y la otra, y la vida toda
a los que están caídos al costado del camino, los que esta sociedad ciega
ha tirado a un costado porque no cuentan o no interesan a las leyes del mercado.


Convierte nuestra mirada para hacer posible y cotidiano el milagro del buen samaritano,
ver al otro y acercarse, no pasar a su lado, compartir, ser generoso,
darlo todo por el hermano.
Cuántas cosas son posibles, mi buen Dios, si cambiamos, la mirada,
si no giramos la cara, si no vivimos encerrados


Abre nuestros ojos, ten compasión de nosotros, como pedía el ciego del evangelio,
que no veamos borroso, no sea que confundamos el camino
y creamos encontrarte donde tú no te has quedado.
Descúbrenos, Señor, tu presencia viva, entre los pobres.
Que te reconozcamos en el desnudo, el hambriento, el que está solo, el preso, el enfermo,
y tantos otros Señor, en quienes nos sales al encuentro cada día,
sin que a veces lo advirtamos, por tener el corazón endurecido y los ojos cegados.


Conviértenos Señor! Devuélvenos la mirada confiada de los niños,
la transparencia que habla de lo que abunda en el alma.
No permitas que cerremos los ojos y creamos hallarte dentro nuestro sin buscarte
y encontrarte por donde andas a diario.
Que la ambición, el conformismo, la comodidad y las falsas seguridades
no nublen nuestra mirada.


Desata ya mismo un vendaval que se lleve las nubes
de nuestras explicaciones fáciles, y también las difíciles, a Dios no alcanza con explicarlo,
hay que vivirlo y contemplarlo donde a El se le antoja estar y no donde a nosotros
nos conviene ver. Será tan difícil, Señor, que nos demos cuenta que no estás.

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