sábado, 19 de noviembre de 2011

LA MISERICORDIA DEL SEÑOR DURA POR SIEMPRE (salmo 102)

Bendito sea Dios, Padre grande,
que se viste de gracia y misericordia.
Bendito sea su Gloria Santa
que amenaza con cascadas
de vida y bendición.
Y bendito sea su Nombre
que augura la salvación.

 
Su mano nos levanta de la caída traicionera,
nos crea y nos recrea en cada instante,
y nos colma de gracia y de ternura.

 
El ser humano es como flor del campo,
y pasa como un soplo por la tierra,
pero Dios lo libra de la muerte
y llena su vacío con el Soplo del Espíritu.

 
Nuestros días están contados,
pero Dios los guarda en su mochila
por eso no tememos el paso de los años
ni nos preocupan los signos de vejez,
porque Dios renueva nuestra juventud
y nos proporciona alas de águila.

 
No tememos tampoco la muerte,
porque Él nos rescata de la fosa,
nos libra del vacío y de la nada,
caeremos en sus manos.


Lloramos, sí, nuestros pecados,
pero Él perdona nuestras culpas
y cura todas nuestras enfermedades;
conoce nuestro barro,
retoca cada día nuestra imagen.

 
Bendito sea Dios, un abismo de misericordia.
Pasan los años y los siglos,
pero su misericordia no pasa ni se agota,
dura desde siempre hasta siempre,
y desborda con el tiempo.

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