Durante el Adviento recorrimos un tiempo de "esperanza" que se vio fortalecida e iluminada con la Navidad, tiempo de "alegría", de promesas cumplidas.
Ahora, con una esperanza más firme, con una alegría más plena, estamos preparados para entrar en una nueva etapa: La Cuaresma.
Un tiempo para descubrir, a la luz del Evangelio, la humanidad de Jesús, la fortaleza del que siempre confió en el Padre para vencer las tentaciones y las dificultades de la vida; los ratos que se retiraba para orar, para hablar con el Padre, la coherencia y fidelidad con su misión: Mostrarnos cómo es Dios, cómo nos quiere Dios.
Siguiendo los pasos de Jesús, "que pasó por el mundo haciendo el bien", vamos a aprovechar una nueva oportunidad en este tiempo de Cuaresma, entrar dentro de nosotros mismos, descubrirnos, y con la sencillez de un niño, que nada puede él solo, nos acercamos al Señor con nuestras debilidades, miedos, pecados; y con la ilusión de un niño, trataremos de ir cambiando, de ir creciendo a la luz de la Buena Noticia de Jesús.
Hoy también es Buena y Nueva Noticia para cada uno de nosotros.
Limosna, ayuno, oración. Al comienzo de la Cuaresma es bueno preguntarse el porqué: ¿Cuáles son mis objetivos y deseos en la vida?, ¿qué sentido encuentro en lo que hago?, ¿qué recompensa espero?
El desprendimiento, la ascesis, la penitencia no tienen valor en sí mismos. Pero dan fruto. Tienen consecuencias y dejan huellas.
El profeta Joel, dice que con Dios es lo mismo. Si castiga demasiado severamente a su pueblo, se arriesga a que se diga: "Dónde está tu Dios? ¿Existe de verdad?". Por eso, parece sugerir el profeta, "le conviene" ser misericordioso.
¿Qué recompensa esperamos? ¿De quién esperamos la recompensa? Quizás nos dé vergüenza plantearnos estas preguntas. ¿La espero de los seres humanos?. Una buena reputación, figurar, que se hable de mí...
¿La espero de mí mismo? La satisfacción del trabajo bien hecho, la libertad frente al dinero y la comodidad, un mayor conocimiento de mí mismo y de mi vida interior...
¿De mi Padre que ve en lo escondido? Jesús nos invita a esto último: la discreción, la intimidad, la vida interior bajo la mirada amorosa del Padre
MIÉRCOLES DE CENIZA
REFLEXIÓN Y ORACIÓN
Hoy, miércoles de Ceniza, la Palabra refiere a un continuo e intenso pregón. Aparece el pregón del profeta Joel para que nos convirtamos lealmente, con todo el corazón, al Señor.
Nos habla el pregonero o embajador de Cristo, Pablo, para que nos dejemos reconciliar con Dios.
Nos habla el definitivo pregón de Dios que es Jesús.
Viene la Cuaresma, tiempo de gracia y oportunidad para el cambio. Tiempo de vivir para Dios, no para el propio egoísmo, no haciendo ostentación de nuestras prácticas religiosas de ayuno, oración y limosna, no ansiando el aplauso ni los miramientos...., sino buscando el encuentro íntimo con Dios, el cara a cara con Dios, nuestro Padre, que está en lo escondido. Él sabe mirar el corazón de sus hijos y con su amor nos recompensa con creces.
- Señor, que no malogremos esta ocasión que la Iglesia nos brinda para volvernos a ti y a nuestros semejantes. Limpia nuestros ojos y nuestro corazón para que podamos encontrarte a ti como Padre y a los demás como hermanos nuestros e hijos tuyos.
Vivimos en cambio
Amigos, vivimos en un auténtico proceso de profunda transformación y de cambio. Esto lo están advirtiendo no sólo nuestras autoridades de la Iglesia, sino también muchos pensadores y filósofos actuales, cuando nos dicen que, poco a poco, nuestra sociedad, y nosotros mismos, nos estamos olvidando de los valores y de los principios que debieran regir nuestra existencia. Sólo nos preocupa vivir; y hacerlo con toda ansia, cuando no hace tanto andábamos tan inquietos y preocupados, salpicándolo todo de ideología.
Realmente, esto es una crisis, es un cambio de una situación a otra. No debemos olvidar nunca que la vida es un cambio permanente. Para hacer frente a este cambio, no nos basta sólo transformar las apariencias, cambiar las condiciones externas, estamos necesitados, sobre todo, de una «reconversión».
La vida cristiana también es cambio
Nuestra vida cristiana no puede ser una excepción. Si es vida, está sujeta al cambio y tiene que ser objeto, por tanto, un proceso de conversión continuo. La vida cristiana es el «paso» con Cristo, una especie de lento y doloroso nacimiento, algo nuevo que está llamado a nacer cada día.
Estamos llamados, amigos, a una transformación, a un giro radical, a una forma nueva de vivir; a dejar nuestra vieja personalidad revestida de pecado y a vestirnos de la nueva personalidad de la gracia. Pero aquí Dios tiene la iniciativa. Él es quien nos invita a esta tarea. Él es quien nos propone como modelo a su propio Hijo. Y Él mismo es quien nos da las fuerzas necesarias para realizarlo.
La conversión es personal y comunitaria
Esta es una exigencia personal y comunitaria. «Convertios... Convocad asamblea...», acabamos de escuchar en las lecturas que la Iglesia nos propone en esta celebración como Palabra de Dios. Por eso, hemos de escuchar y acoger esta llamada como algo serio y urgente, pues se trata de ser honestos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Y lo hemos de hacer como comunidad de pecadores que somos, como pueblo llamado a hacer verdad la fe de nuestro bautismo, que fue pascua, «paso» de la muerte a la vida. Pero también, aunque dentro de la comunidad, cada uno personalmente somos urgidos a lo mismo:
«Cuando ayunes... Cuando hagas limosna...».
Pero, ¿conversión a qué o a quién?
Pero, ¿convertirnos, a qué? «Convertíos y creed en el Evangelio», escucharemos en el momento de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas. Y bajo esas palabras no se oculta una conversión meramente moral, ni se trata, mucho menos, del cumplimiento de unas prácticas rituales y exteriores, con su carga de fariseísmo. Se trata de convertirnos por la fe, a Jesucristo. Conocer, por el trato en la oración, por la lectura del Evangelio, a Jesús. Él es el objeto de toda conversión.
La Cuaresma se hace con El, porque, de otro modo, la Pascua pierde sentido.
Cuaresma, tiempo de conversión
Esta conversión a Jesucristo provocará un cambio fundamental, «radical», en nuestras vidas. Una nueva manera de ver y de sentir; de comportarnos ante los conflictos, ante el poder; el dinero, el dolor... y, sobre todo, ante el prójimo.
Cristo es el que nos hizo pasar; a través de las aguas bautismales, de la muerte a la vida y el que ahora nos mueve a este nuevo y permanente «paso», que lo iremos explicitando a lo largo de estos domingos de Cuaresma, con nuestra vista fija en la Pascua de Resurrección.
No lo olvidemos, amigos, si queremos vivir la Cuaresma como tiempo de gracia, es el momento de nuestra conversión y de no echar en saco roto el inmenso, misericordioso y gratuito don de Dios.
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