“Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre”
No
es el único momento de sufrimiento de la Virgen. La piedad popular habla de siete espadas que atraviesan
su corazón. Lo del número es lo de menos. Nadie
lleva una
estadística de los dolores y penalidades que le atormentan.
María no fue una excepción. También ella fue caminando
por este “valle de lágrimas”. El dolor, el sufrimiento acompaña
al ser humano como consecuencia de su limitación y
debilidad y también por muchas injusticias
en
nuestra sociedad causadas
por el egoísmo, la ambición y la intolerancia.
La
cruz de Jesús, que sufre de manera singular María,
no
fue decretada por el Padre. El modo cruel en que Jesús murió no es consecuencia
de
un destino ineludible fijado por
Dios Padre. Dios no está en la causa de ningún dolor, y menos en el asesinato cruel de su Hijo. Sí está cerca del que sufre, compartiendo su dolor.
El dolor y el sufrimiento nos atenazan en la vida. Junto a María podemos aprender a sufrir con entereza y serenidad.
Estar junto al que sufre con cariño y paciencia. A evitar, con nuestra responsabilidad,
respeto y compromiso cualquier sufrimiento fruto del
egoísmo.
María, como Madre, nos acompaña en el dolor. Nos
alienta en la prueba y fortalece nuestra esperanza, sabiendo que el dolor purifica y engrandece y llama a la solidaridad y la entrega.
Madre, caminamos por un “valle de lágrimas”. Se siempre para nosotros luz en
las
tinieblas, consuelo en
la tristeza y valor para luchar contra toda injusticia que degrade al hermano.
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