“De Cristo se proclama que resucitó de la muerte”
Acontecimiento histórico y metahistórico. Resurrección
no como vuelta a la vida, sino vida en plenitud en Dios. La
resurrección es manifestación
del amor poderoso de Dios que
nos desborda. Hay que celebrarla y vivirla a fondo.
María experimentó esa fuerza salvadora cuando en su
concepción fue liberada del pecado original “en previsión a los méritos de Cristo”. Inundada
por el Espíritu, don del Señor Resucitado, concibe en su seno al Hijo de Dios. Saborea la
verdadera Paz, cantada por los ángeles en la noche de Belén. Y alentada por el mismo Espíritu vive su fe en la contemplación, el servicio y la docilidad en lo pequeño.
La plenitud
de vida resucitada se iba gestando de manera privilegiada
en
la vida de la Virgen. No para tener una
vida fuera de lo normal, sino para vivirla sostenida y dirigida
por Dios hacia la plenitud final, sabiéndose amada por Dios que la alienta en la confianza y en el gozo.
Gozo que es alegría no porque han desaparecido
todos
los sufrimientos y sinsabores, sino porque Dios quiere la vida y
la felicidad. Alegría que nace del enraizamiento en Dios. María vive la verdadera alegría y nosotros la invocamos como causa
de
nuestra alegría.
Madre que, como tú, nos dejemos
iluminar por la luz de
la
Resurrección. Que su fuerza nos sostenga en la fidelidad a
nuestra vocación cristiana. Que la paz del Señor Resucitado abra caminos de entendimiento y concordia. Que el don del Espíritu
fecunde nuestra existencia para ser testigos del amor y
la
esperanza. Que sepamos, Madre, vivir como resucitados.
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