"Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentárselo al Señor".
Todo lo diste al Señor, repetiste cada
día esa entrega
actuándola más y nunca recuperaste nada.
No
pusiste reserva alguna a tu generosidad: todo lo que recibiste de las manos paternales
de Dios, se lo devolviste
en
tu ofrenda. Desde el momento
en
que tuviste entre tus brazos a tu Hijo, se
lo
presentaste al Padre, y toda
tu
vida de Madre consistió
en
culminar esa heroica obligación.
Tú, que no dudaste ante la entrega total, ayúdanos a imitar tu generosidad.
Transforma nuestro corazón, haznos sobrepasar
los cálculos y los límites que intentamos poner a nuestra entrega.
Haznos superar nuestros temores de renuncia y sufrimiento, afiánzanos en una actitud de abandono y confianza
en
la Providencia.
Inspíranos el valor de ofrecerlo
todo, sin pasos atrás, y con alegría.
Haznos comprender que el sentido de nuestra vida consiste en dar, que es un honor poder
darlo todo a Dios, y estar siempre disponible con lo que somos y tenemos a los hermanos.
Que sepamos descubrir
la
felicidad de llevar la entrega hasta el
fin, a través de un
caminar alegre superando toda dificultad.
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