viernes, 13 de mayo de 2011

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

Salmo a un Dios sorprendente

Me habían contado
que tú eras extraordinario,
que la fiesta de la vida
sin tu presencia
era un verdadero tostón,
y un día saliste a mi encuentro
y llenaste mi vida de estrellas.

Se quedaban cortos
los que me decían
que eras sorprendente.
 Eras mucho más,
a nadie se te puede comparar.


Tú eres la alegría de la vida,
en ti todo se ilumina.
Cuando las luces se apagan,
tu luz inunda mi corazón;
realmente eres “otra cosa”.

Me encanta haberte conocido,
me fascina tu corazón,
me enamora tu vida.
Tú eres siempre el mismo
y siempre nos sorprendes,
eres la novedad
cuando todo nos aburre.
Tú lo recreas todo
con tu presencia. Amén.

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