lunes, 2 de mayo de 2011

LA ROSA DE JERICÓ

La Rosa de Jericó  es una planta con pequeñas flores blancas que no suele alcanzar los quince centímetros de altura. Cuando ha florecido, las hojas caen y las ramas se contraen curvándose hacia el centro. Entonces el viento del desierto las arranca del suelo, las arrastra y convierte en eternas viajeras que se desplazan por todos los sitios sin respetar fronteras. Pueden permanecer cerradas y secas muchos años hasta que la humedad o el agua vuelve a abrirlas recobrando su frescura y su belleza. Luego extienden de nuevo sus ramas, abren los frutos y dispersan las semillas, como si volviesen a nacer. Por eso también se conoce como "planta de la resurrección".


Reflexión

Cuenta la leyenda que estando Jesús orando en el desierto, la Rosa de Jericó le perseguía tenazmente arrastrada por los vientos. Se detenía una y otra vez a sus pies y así le acompañaba. Al despertar del alba, la planta se abría con la humedad del rocío y le ofrecía las gotas de agua posadas sobre sus ramitas. Agradecido por haberle apagado la sed, Jesús la bendijo.

En muchos pueblos se cree que quien cuida una Rosa de Jericó atrae paz, fuerza, felicidad, suerte en los negocios y bienestar económico.

Quien en verdad es la Rosa de Jericó, la peregrina, la viajera incansable es María. Cuantos confían en Ella reciben la bendición en sus hogares, atraen la paz, vencen al mal y se enriquecen con su poder. María nos ofrece salud, fuerzas, felicidad y, sobre todo, trasforma nuestras vidas, si nos dejamos educar como se dejó educar su Hijo Jesús. En María, creyentes y no creyentes reconocen sus grandes beneficiosos.

Canto: Madre de los creyentes

Oración

María, viajera incansable del desierto, solitaria y andarina, venerada y exaltada. Rosa de Jericó, despiértanos cada día del letargo en que vivimos y regálanos tu frescura, haz renacer en nuestras vidas la lozanía de tu amor. Arrástranos para que pongamos al servicio de nuestros hermanos lo que somos y tenemos y sus vidas se llenen de amor, de paz y bienestar. Amén

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